domingo, 7 de diciembre de 2014

Bonsái, Alejandro Zambra. 



Aunque totalmente desconocido en España, Alejandro Zambra es uno de los poetas chilenos jóvenes más respetados. Digamos que se toma en serio su oficio, que le gusta, que hace lo posible por ganarse un espacio en un medio tan complicado como es la literatura. Esta es la razón por la que no sorprende, a quienes lo conocemos, la reciente aparición de su primera novela – ¿novela? – en la prestigiosa editorial Anagrama.

Se estarán preguntando qué quiere decir ese signo de interrogación en el término novela . Sucede que un texto de noventa y cuatro páginas, en Times New Roman trece, a espacio y medio, en formato bolsillo, más parece un cuento largo que una novela: basta decir que se lee en poco más de una hora, sin necesidad de saltarse ninguna línea ni hacer “lectura rápida” y que en folios Din A-4 no debe tener más de cuarenta páginas.

La persona que realizó el texto de contraportada señala que Bonsái es una “novela-resumen”. Y se puede o no se puede estar de acuerdo, porque también podría ser un “cuento-alargado”, dependiendo de la lectura que se realice, ya que una vez concluida nos damos cuenta de que difícilmente el autor podía seguir profundizando en el tema sin caer en la redundancia o en la cursilería, cuestión que salva con éxito.

Aquí llegamos quizá a un factor fundamental para entender esta novela: el tema. En pocas palabras, es el siguiente: chico conoce a chica, salen juntos un año, ella lo deja, él sigue enamorado, ella se va a Madrid, él sigue enamorado, pasa el tiempo, él sigue enamorado, ella se suicida, él sigue enamorado, años después se entera, él sigue enamorado. O sea, un simple y directo lugar común, aunque esté maquillado con otros detalles, como que los dos estudien literatura, las ansias desesperadas que él tiene de ser escritor y sus continuos fracasos, la supuesta drogodependencia de ella, que la lleva a una situación de miseria en un país extranjero, cuestión que nunca queda muy clara.

Pero ahora llegamos a lo que hace la diferencia entre esta y otras novelas por el estilo. He allí la respuesta: el estilo y, más específicamente, el punto de vista del narrador, despojado de cualquier afecto hacia sus personajes, que por decisión propia, o por incapacidad, deja de nombrar lo accesorio y elige el entramado de la casa, su estructura, para mostrarnos esta historia, que tal como nos lo cuenta el narrador de El buen soldado , de Ford Madox Ford, podría tratarse de “la historia más triste jamás oída”.

Alejandro Zambra ha sabido transformar un tema más que repetido en un tema interesante. Indudable pensar en la ironía que hay tras cada una de sus palabras, de cada uno de los guiños que, como en un estuario, lo acercan y lo alejan de las novelas de Corín Tellado o cualquier autor/a del subgénero romántico/a de amor , cosa en la que este texto nunca se transforma.

Pero, ¿por qué vale la pena leerlo? Sencillo: porque descubrimos en él la diferencia entre literatura y simple escritura: Alejandro Zambra ha realizado una búsqueda y se ha quedado con la esencia de lo que quería contar. Quizá le haya ayudado su oficio de poeta – o no, no importa – pero ha sabido encontrar un punto de equilibrio entre lo ya dicho y lo acallado, lo absurdo, lo patético de este tipo de historias.

Es indudable que es un poco grandilocuente la anotación de contraportada que señala que esta es “una historia liviana que se pone pesada”. Dentro del contexto de la novela, la oración está muy bien, pero no como resumen de la misma. Si tuviéramos que reducirla a algo por el estilo, bastaría con señalar que se trata de “una historia liviana que se ríe, sutilmente, de lo absurdo de lo pesada que estas historias suelen ponerse”, que no es lo mismo, pero que indudablemente es mejor, mucho mejor.


Como sé que algunos son flojitos con la lectura, les dejo el link de la película (sí; hay película), que, como casi siempre, es infinitamente inferior que el libro. En fin, disfrútenla. 


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